Un diablo en la noria



Todos han oído hablar de personas poseídas por el diablo. Nuestro folclor regional ha hecho más, ha guardado recuerdos de cosas y animales también en los cuales vivía el demonio.

Cerca del Pueblo Azul me enseñaron una noria que, por muchos años, se consideró poseída por los poderes infernales. Se repetían muchas historias en la vecindad cerca de la noria. Según los rancheros, se veían lucecitas azules que bailaban alrededor, durante la noche. Se decía que numerosos extranjeros, que se habían parado allá para la noche, habían desaparecido enteramente. Sus cuerpos, que, según toda probabilidad, reposaban al fondo, nunca fueron hallados.

Roberto Ruiz repetía a todos que su cabello se había vuelto blanco, en una sola noche, cuando tenía él solamente veinte y cinco años. Para él, lo que se contaba tocante la noria era la purita verdad.

Había él acampado en aquel lugar para la noche. Cerca de medianoche, oyó ruidos como los de un terremoto. La noria, los árboles, el suelo se estremecieron fuertemente; altas llamas brincaban hasta las nubes, un olor de azufre llenó el aire. Y Roberto dice que vio la cabeza de Satanás salir de la noria. El espectáculo más horroroso de toda su vida.

Corrió y corrió hasta quedarse de a tiro agotado. Cuando sus amigos lo levantaron, no lo reconocieron - su cabello ya lo tenía enteramente blanco y tenía ya facciones de un viejito de ochenta años.

Es fácil entender que, con semejante fama, la noria no era un lugar muy popular. Para no estar cerquita, la gente le sacaba vuelta.

Un viajero, que iba rumbo a México, pasó por allá. Como ya se iba a acostar el sol, el hombre decidió pasar la noche cerca de la noria.

Como tanto él como su caballo tenían mucha sed, miró adentro de la noria para ver si había agua. Se agachó demasiado, se resbaló, y se cayó hasta el fondo. Gracias a Dios que había bastante agua. Se tomó un baño forzado en agua fría pero no se golpeó. El chiste estaba en subirse. Agarrando los ladrillos con las uñas, empezó a subirse. Era muy duro, la subida se lograba pulgada por pulgada.

Por mientras, Ramón, un ranchero que estaba buscando su vaca, la divisó cerca de la noria. Con mucho miedo y a contra corazón se arrimó. Tenía él la cabeza llena de todos aquellos cuentos que había oído tocante este lugar.

Cuando estuvo bastante cerca oyó un ruido que venía de la noria. Creyó que se iba a morir de susto. Una cabeza salió. Era, por supuesto, el extranjero que había finalmente llegado arriba. Ramón, sin embargo, no vio nada más que la cara de un horrible demonio. Con un valor, que lo sorprendió a él mismo, cogió una rama gruesa de mezquite y le pegó al hombre en la cabeza, gritando: "¡A mí no me vas a cambiar en viejito!"

La gente que estaba trabajando en la vecindad oyó a Ramón y lo vieron que estaba pegando con un palo. Pensando que se encontraba en peligro, vinieron a prisa para ayudarlo.

Les dijo él que levantaran tantas piedras como podían y que iban a tapar al diablo para siempre.
Oyeron una voz que salía de la noria, "¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Me estoy ahogando!" Uno de los hombres notó, "Esta voz no me suena como la de un diablo. Miren el caballo atorado a la cerca. El diablo no camina a caballo. Déjenme mirar adentro de la noria."

Divisó al pobre hombre que estaba ya en las últimas. Le tiraron un mecate y lo ayudaron a subir una vez más.

Mojado hasta los huesos, agotado, escupiendo agua, sangrando por la cortada encima de la cabeza, estaba echado sobre el suelo.

Una de las mujeres, sintiéndose por la miseria del extranjero, exclamó con todo corazón: "¡Pobre diablo!" El hombre tuvo bastante fuerza para abrir los ojos, mirar a la señora y decirle: "Por favor, señora - esta palabra ya no la quiero oír jamás en mi vida."