El caballo y la avispa



Bobby era muy chiquito para un niño de su edad. Era su primer año de Kinder. Los niños en la escuela le bromeaban mucho por causa de su tamaño.

Una tarde Bobby volvió a casa llorando. Entre los sollozos del niño, el abuelito entendió que los niños le habían hecho mucha burla al pequeño. Le habían llamado "pulguita", "shorty", y mil otras cosas más. No podía él entender por qué no podía crecer como los demás.

El abuelito le dijo: "Siéntate aquí, cerca de mí, y voy a contarte una historia." Sollozando todavía, y secándose las lágrimas con el reverso de la mano, Bobby se sentó al mero ladito de él.

"Colorín, Colorado, y el cuento ha empezado."

Hace mucho tiempo, tanto tiempo que ni yo me puedo acordar, se juntaron los animales para celebrar el cumpleaños de su rey, el león. Era un carnaval de primera, con mucho de beber y mucho de comer. Había todas clases de juegos y espectáculos. Ya por la tarde, antes de que se acostara el sol, empezaron las carreras.

El caballo anunció que él era el más rápido de todos los animales y que no había animal que le pudiera ganar en una carrera de cinco millas. Pues, ningún animal quería entrar en la carrera puesto que la velocidad y la fuerza del caballo eran bien conocidas dondequiera.

De repente, una avispa declaró que ella, sí, le entraba a la carrera y le apostaba cualquier cosa al caballo.
El caballo se quería morir de risa. "Pero, avispita," le dijo, "sé que puedes volar muy recio, pero aquí se trata de una carrera de cinco millas. Sabes bien que te vas a cansar a los cuantos minutos."

El león determinó las reglas de la carrera. Dijo que la única cosa que importaba era que llegar primero al final de las cinco millas. Iban los dos a ir hacia el norte por dos millas y media, dar la vuelta alrededor del encino y volver en frente de su trono para terminar la carrera. El león escogió al tecolote como juez. Añadió que no importaba como se cubriera la distancia. Los dos podían correr, volar, rodar, brincar, lo que fuera.

El caballo, todavía riéndose a carcajadas, se colocó en frente de la línea que se había trazado en la arena. La avispa también tomó su lugar. Pero tan chiquita era que se parecía nada más como un puntito amarillo en el suelo.

"Uno, dos, tres, ¡Adelante!" gritó el león. Arrancaron. El caballo levantó tanto polvo que no se pudo ver lo que la avispa había hecho. Pero el tecolote, que tenía el cargo de juez mayor, lo miraba todo desde la rama más alta de un gran nogal. Él, sí, vio lo que pasaba. Al "adelante" del rey, la avispa había dado un brinco sobre la cola del caballo. Mientras el caballo corría a toda fuerza, mirando de todos los lados para ver si se arrimaba la avispa, ella muy segura caminaba sobre el espinazo de la bestia. Durante los últimos momentos de la carrera se quedó bien plantada en la mera punta de la nariz del caballo.

Pues, él cruzó la línea a todo vuelo, convencido que había ganado la carrera y que la pobre avispita se había quedado por ahí medio muerta de cansancio. Todos los animales aplaudían mientras el rey le entregaba al caballo el trofeo. En este momento se oyó una vozecita que decía, "No fue él que ganó, sino yo. Tengo una milla de estar aquí en la puntita de la nariz del caballo."

Todos miraron. De hecho, vieron la manchita amarilla en la nariz del animal. La avispa había ganado por seguro porque así había cruzado la línea antes del caballo.

Todos los animales la festejaron y felicitaron, no por su rapidez sino por haber sido tan viva y tan inteligente.

"Colorín, Colorado, y el cuento se ha terminado."

Ya Bobby se estaba sonriendo. "Ves, chiquito," añadió el abuelo, "que el tamaño no tiene que ver en la vida. Lo que cuenta es ser listo e inteligente."