La lechuza envidiosa



La lechuza es sin duda, uno de los elementos esenciales de nuestro folclor. Estos seres espantosos, según la creencia popular, son siempre mujeres descontentas, que vuelven del mundo de más allá, para perseguir a los amantes de antes. Muchas veces se trata de una esposa muerta, que no puede aguantar ver el gusto que se lleva el marido viejo con su nueva esposa.

Las lechuzas, por regular, no son peligrosas. Molestan, nada más. Sacuden con ruido sus alas en medio de la noche, dan vuelta alrededor de las luces, chillando como papalotes viejos. A veces, sin embargo, sucede que las lechuzas actúan de manera violenta.

En un ranchito llamado "La Calabaza" vino, cierto día, una familia extraña. El hombre vestía siempre de negro y raramente hablaba con los demás. Su mujer joven nunca salía sola de la casa; siempre la acompañaba él, llevándola de la mano. La gente bien pronto concluyó que el hombre era muy celoso y tenía miedo que se le fuera.

Como iban a festejar el bautismo de su niña, el señor y la señora Longoria convidaron a toda la gente del rancho a la fiesta. Fueron personalmente a invitar a la nueva pareja. Aceptaron con gusto.

Como esto de las nueve, una lechuza inmensa de color oscuro empezó a dar vueltas encima de la gente, chillando y bajándose sobre las mesas. De vez en cuando se precipitaba sobre los recién llegados y hacía para colocarse en los cabellos de la pobre mujer. Se apretaba ella lo más cerca que podía de su esposo. Se veía que se quería desmayar ella de miedo.

El hombre estaba muy molesto. Repetía a cada rato, "¡Oh no! ¡Nos ha hallado otra vez!" Levantó un palo del suelo, y se echó a correr atrás de la lechuza. Al hacer esto, pronunciaba palabras en un idioma que nadie podía entender. Al fin, se largó la lechuza, chirriando más fuerte que nunca.

Con aquello, se terminó la fiesta. Ya nadie tenía ganas de quedarse más tiempo. Más tarde aquella misma noche, se oyó la lechuza otra vez. Dio unas cuantas vueltas al patio vacío como si estuviera buscando a alguien en particular. Algunos momentos después, la señora Longoria pegó un grito como si alguien la estuviera matando.

Los miembros de la familia entraron inmediatamente en la recámara de la señora. No pudieron creer lo que estaban viendo. La lechuza le estaba mordiendo el cuello, cubriéndole la cara con sus largas alas.

En este momento el hombre vestido de negro entró en el cuarto. Corrió hasta la señora Longoria, agarró la lechuza por las patas, y la despegó del cuello. Al mismo tiempo le estaba gritando en este idioma que había usado antes. Por mientras, la lechuza, lanzando gritos agudos, se salió por la ventana volando.

El hombre, empapado de sudor, se dejó caer sobre una silla. "Tengo que decirles la verdad," dijo suspirando, "Esta lechuza es mi primera esposa, quien se murió hace tres años, allá en mi tierra, el Líbano.
Me casé de nuevo, el año pasado. Ella ha hecho la lucha para arruinar mi matrimonio desde el mero principio. Nos tiene envidia. Nos mudamos del nuestro país para escaparnos de ella. Se tardó algo, pero ya nos ha hallado."

"Creo, señora, que la atacó a usted porque se equivocó. Ella creía que nosotros vivíamos aquí." Añadió, sacudiendo la cabeza, "Ya, no los molestaremos. Nos iremos mañana tan lejos como sea posible."

Lo que acaba de decir el señor lo había explicado todo, excepto por una cosa: las puertas estaban cerradas con llave.

¿Cómo sabía él lo que estaba pasando en el cuarto? ¿Cómo había él entrado?