Enamorada con un muerto



Era una noche muy oscura, ni siquiera una estrella en el cielo.

En el cementerio viejo, una mujer vestida de negro hincada al lado de una lápida, un ramillete de gardenias desparramado sobre el suelo.

Poco a poco una luz indistinta se hizo ver entre la noche negra. Los encinos encima abrazaban el espacio con sus brazos sinuosos.

Algo extraño estaba aconteciendo. La mujer joven sentía que ya no estaba sola. Quiso correr, pero, por el miedo que tenía, no pudo moverse.

De la luz salió una voz que ella reconoció inmediatamente. Era una voz que apenitas se podía oír y que parecía venir de muy lejos. Sin embargo, no quedaba ninguna duda, era, por seguro, la voz de su amante muerto.

"Mi querida Conchita," oyó ella, "no eches a perder tu vida. Desde el accidente, has vivido entre tu cuarto y el campo santo. Esto no me ayuda de ninguna manera. Estás arruinando tu vida y la de tus padres."

En este momento la vos se hizo más fuerte y dijo con más énfasis, "¡Olvídame Conchita, olvídame! ¡Enamórate otra vez! ¡Hazlo para mí!"

El cementerio volvió a oscurecerse completamente, otra vez. Conchita estaba sola con sus pensamientos. Se quedó mucho tiempo en aquel sitio. Hacía la lucha desesperadamente para reajustar su vida para que concordara con el consejo de su amante.

Los últimos doce meses habían sido muy difíciles para Conchita. Aquel terrible accidente, ya hacía un año, había cambiado, en un momento, un sueño en tragedia.

Rolando Rodríguez y Conchita Silva habían sido amantes desde la secundaria. Los dos habían graduado juntos de la universidad, más enamorados que nunca. Tan pronto como pudo conseguirse él un buen trabajo, pidió la mano de su novia. Los padres, tantos los de ella como los de él, consintieron al matrimonio con mucho gusto.

La boda iba a tomar lugar el día primero de junio, a lasde la mañana. Aquella mañana, la iglesita de San Isidro pareció un verdadero jardín de flores.

Ya eran las diez de la mañana. El sacerdote y sus monaguillos estaban listos. Los amigos, los parientes, los padrinos, la novia, todos estaban allá. De repente, vieron un carro que venía a toda velocidad. ¡Al fin, Rolando llegaba!

No era el novio, sino el muchacho que trabajaba en la estación de gasolina. Parecía él muy triste. Se fue hasta el santuario y le secreteó algo al sacerdote. El Padre se puso pálido.

Algo horroroso había acontecido.

Conchita insistió en que le dijeran lo que había pasado. ¿Había Rolando cambiado de pensamiento, al último momento? ¡No, esto era imposible! Al fin, tuvieron que revelarle la verdad - su novio había sido matado en un accidente del coche, al venir a la iglesia.

La pobre muchacha se desmayó. La tuvieron con calmantes por muchos días. Después de esto, nunca había sido la misma persona. Vivía casi todo el tiempo en el campo santo, cerquita de su amante. No comía, no iba a ninguna fiesta, no hablaba con nadie. Quería matarse, para estar para siempre con su amor en la muerte.

Pero ya todo esto iba a cambiar enteramente. Ya aquel capítulo se había terminado. Era el deseo de Rolando. "¡Hazlo para mí, mi amor!"

La mañana siguiente, sus padres no pudieron creer el cambio. Se bajó ella de sus habitaciones sonriéndose, llevaba un vestido azulito. Almorzó con mucho gusto, y anunció a su familia que iba a buscar trabajo.

Me supongo que Rolando también se sonrió aquella mañana - si es que las almas se puedan sonreír.