El diablo se casa


Me han preguntado muchas veces si hay historias humorísticas en nuestro folclore. Sí, sí hay, pero pocas. Quizá sea mejor así porque el humor cambia mucho de año en año, y los chistes que eran muy curiosos en aquel entonces pueden parecer sin sabores hoy. Pues, comoquiera, aquí va un chiste de aquellos tiempos.

Desde la tierna edad de quince años, Praxedes había tenido sólo un afán - casarse.
Era medio feíta, y con un carácter que parecía una mezcla de tinta negra, de vidrio granulado, y de espinas de nopal. Esta combinación de mal genio y de mal parecer no la ayudaba a hallarse marido.
Usó de todos los medios conocidos por la mujer para conseguirse esposo - iba a todos los bailes, salía con "blind dates", era miembro activa de diferentes "Lonely Heart Clubs", pero nada.
Como todo aquello no le valía, fue a consultar a una curandera que era experta en hierbas. Praxedes volvió con docenas de recetas, se tomaba litros de té de eucalipto que - según la anciana - la haría irresistible. Consiguió también un polvo que tenía el poder de atraer a los hombres en cuyos portales se desparramaba.
Doña Praxedes no debe haber seguido los consejos de la curandera, porque ni el té, ni el polvo dieron resultado.

Ya sintió ella que era tiempo a dejar los medios naturales y tocar las puertas del cielo. Rezó a todos los santos, los más conocidos y aún a los menos conocidos. Novena tras novena, nada de nada.
Pues, a llegar a los cincuenta años, doña Praxedes se puso más agria que nunca. Repetía a toda la gente que no había querido casarse porque a ningún hombre se le podía confiar. Todos eran iguales, vacilones y borrachos.
Lo que no le contaba a nadie es que ella le había dado a San Antonio, patrón de los novios, un ultimátum: "O me mandas un marido para el día primero del año, o me caso con el diablo!"



Todavía soltera, el día primero del año, le escribió una nota al diablo que dejó aquella noche en la mesita al lado de su cama:
"Señor Diablo, quisiera verle a usted, tengo algo que discutir con usted. Toda suya, Praxedita."
Se quedó muy sorprendida la señorita la mañana siguiente cuando encontró una contestación escrita sobre el mismo papel:
"Estimada Praxedita, te veré mañana, al mediodía. Todo tuyo, Satanás."

No sabía la pobre que pensar. Se imaginaba que todos los diablos tenían una cola larga, ojos de fuego y un par de cuernos. Cómo se sorprendió a abrir la puerta al mediodía. Estaba un hombre bastante bien parecido, tenía como cinco pies y diez pulgadas de alto, hombros anchos y fuertes, ojos azules que parecían penetrar hasta el alma. Un poco de blanco en las patillas. Ah, no tenía cuernos, sino mucho cabello en la frente, y además un bigote amplio cuyas puntitas volteados para arriba le daba un aspecto alegre aún cuando estaba enojado.

"¿Qué quiere usted de mí?" preguntó el extranjero.
"Quiero que me ayude casarme con un hombre rico y joven."
"¿Por qué no se casa conmigo? Soy rico, muy rico. No soy joven, de mucho menos, pero esto no tiene nada que ver para nosotros diablos."
Para la eterna desgracia del diablo, doña Praxeles aceptó. Después de esto, el pobre diablo nunca siguió igual. Las horribles comidas de su nueva esposa, su carácter de mil demonios eran tan intolerables que la vida de Satanás se volvió puro infierno.

Dicen que antes de su matrimonio uno podía arreglar las cosas a la buena con el diablo, a veces. Pero desde entonces, ni hablar. Se ha puesto muy renuente.