La Auracana, by Alonso de Ercilla

La Araucana (Alonso de Ercilla y Zúñiga)

CANTO XXXIIII

Habla Caupolicán al capitán Reynoso y, sabiendo que ha de morir, se vuelve cristiano; muere de miserable muerte, aunque con ánimo esforzado.

Yo soy Caupolicán, que el hado mío
por tierra derrocó mi fundamento,
y quien del araucano señorío
tiene el mando absoluto y regimiento.
La paz está en mi mano y albedrío
y el hacer y afirmar cualquier asiento
pues tengo por mi cargo y providencia
toda la tierra en freno y obediencia.

Soy quien mató a Valdivia en Tucapelo,
y quien dejó a Purén desmantelado;
soy él que puso a Penco por el suelo
y él que tantas batallas ha ganado;
pero el revuelto ya contrario cielo,
de victorias y triunfos rodeado,
me ponen a tus pies a que te pida
por un muy breve término la vida.

Cuando mi causa no sea justa, mira
que él que perdona más es más clemente
y si a venganza la pasión te tira,
pedirte yo la vida es suficiente.
Aplaca el pecho airado, que la ira
es en el poderoso impertinente;
y si en darme la muerte estás ya puesto,
especie de piedad es darla presto.





No pienses que aunque muera aquí a tus manos,
ha de faltar cabeza en el Estado,
que luego habrá otros mil Caupolicanos
mas como yo ninguno desdichado;
y pues conoces ya a los araucanos,
que de ellos soy el mínimo soldado,
tentar nueva fortuna error sería,
yendo tan cuesta abajo ya la mía.

Mira que a muchos vences en vencerte,
frena el ímpetu y cólera dañosa:
que la ira examina al varón fuerte,
y el perdonar, venganza es generosa.
La paz común destruyes con mi muerte,
suspende ahora la espada rigurosa,
debajo de la cual están a una
mi desnuda garganta y tu fortuna.

Aspira a más y a mayor gloria atiende,
no quieras en poca agua así anegarte,
que lo que la fortuna aquí pretende,
sólo es que quieras de ella aprovecharte.
Conoce el tiempo y tu ventura entiende,
que estoy en tu poder, ya de tu parte,
y muerto no tendrás de cuanto has hecho,
sino un cuerpo de un hombre sin provecho.



Que si esta mi cabeza desdichada
pudiera, ¡oh capitán! satisfacerte,
tendiera el cuello a que con esa espada
remataras aquí mi triste suerte;
pero deja la vida condenada
el que procura apresurar su muerte,
y más en este tiempo, que la mía
la paz universal perturbaría.

Y pues por la experiencia claro has visto,
que libre y preso, en público y secreto,
de mis soldados soy temido y quisto,
y está a mi voluntad todo sujeto,
haré yo establecer la ley de Cristo,
y que, sueltas las armas, te prometo
vendrá toda la tierra en mi presencia
a dar al Rey Felipe la obediencia.

Tenme en prisión segura retirado
hasta que cumpla aquí lo que pusiere;
que yo sé que el ejército y Senado
en todo aprobarán lo que hiciere.
Y el plazo puesto y término pasado,
podré también morir, si no cumpliere:
escoge lo que más te agrada de esto,
que para ambas fortunas estoy presto.



No dijo el indio más, y la respuesta
sin turbación mirándole atendía,
y la importante vida o muerte presta
callando con igual rostro pedía;
que por más que fortuna contrapuesta
procuraba abatirle, no podía,
guardando, aunque vencido y preso, en todo
cierto término libre y grave modo.



Alonso de Ercilla y Zúñiga (1533-1594)

Poeta español, nacido en Madrid en 1533 y muerto en esta misma ciudad en 1594; está considerado como uno de los fundadores de la literatura chilena. La Araucana, el famoso poema épico de Ercilla, es una obra de gran valor literario e histórico, en que se describe la conquista de Chile por Valdivia y los encuentros de los conquistadores con los indómitos araucanos, en los que el autor había tomado parte. Consta de 37 cantos y se publicó en tres partes, en 1569, 1578 y 1589, dedicadas a Felipe II. La obra fue comenzada en Chile, según señala Ercilla en el prólogo de la primera parte, aunque el grueso de la composición se escribió en España. Basándose en hechos reales, crea una ficción poética de indiscutible valor.

Tres siglos más tarde, fue la inspiración para el poema Caupolicán de Rubén Darío.