Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
Sobre su carne marchita
florezca la rosa amarilla.
Y en el vientre de tus siervas
la llama oscura de la tierra.
Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
El cielo tiene jardines
con rosales de alegría:
entre rosal y rosal,
la rosa de maravilla.
Rayo de aurora parece
y un arcángel la vigila,
las alas como tormentas,
los ojos como agonías.
Alrededor de sus hojas
arroyos de leche tibia
juegan y mojan la cara
de las estrellas tranquilas.
Señor, abre tu rosal
sobre mi carne marchita.
Señor, calma con tu mano
las ascuas de su mejilla.
Escucha a la penitente
de tu santa romería.
Abre tu rosa en mi carne
aunque tenga mil espinas.
Señor, que florezca la rosa,
no me la dejéis en sombra.
Sobre mi carne marchita,
la rosa de maravilla.
(Yerma 1934)