Capítulo 11
Noviembre
FRIJOLES GORDOS CON CHILE A LA TEZCUCANA
Ingredientes:
Manera de hacerse:
A los frijoles primero se les tiene que dar un cocimiento con tequesquite, y, después de lavados, se ponen nuevamente a cocer junto con pedacitos de carne de puerco y chicharrón.
Poner los frijoles a cocer fue lo primero que hizo Tita en cuanto se levantó a las cinco de la mañana.
Hoy estaban invitados a comer John y su tía Mary, que había venido desde Pennsylvania sólo para asistir a la boda de Tita y John. La tía Mary estaba ansiosa por conocer a la prometida de su sobrino preferido y no había podido hacerlo por lo inoportuno que esto sería, dadas las condiciones de salud de Pedro. Esperaron una semana a que se restableciera para hacer una visita oficial. A Tita le angustiaba mucho no poder cancelar esta presentación debido a que la tía de John ya tenía ochenta años y había venido desde tan lejos sólo con la esperanza de conocerla. Darle una buena comida a la tía Mary era lo menos que Tita podía hacer por la dulce anciana y por John, pero no tenía nada que ofrecerles aparte de la noticia de que no se casaría con John. Se sentía completamente vacía, como un platón al que sólo le quedan las migajas de lo que fue un excelente pastel. Buscó alimentos en la despensa pero éstos brillaban por su ausencia, verdaderamente no tenía nada. La visita de Gertrudis al rancho había arrasado con todas las reservas. Lo único que le quedaba en el granero, aparte de maíz para hacer unas ricas tortillas, eran arroz y frijoles. Pero con buena voluntad e imaginación podría preparar una comida digna. Un menú de arroz con plátanos machos y frijoles a la Tezcucana no la haría quedar mal.
Como los frijoles no estaban tan frescos como en otras ocasiones y previendo que se tomaran más tiempo del acostumbrado en cocerse, los puso desde temprano y, mientras éstos lo hacían, se ocupó en desvenar los chiles anchos.
Después de desvenados los chiles, se ponen a remojar en agua caliente y por último se muelen.
Inmediatamente después de haber dejado los chiles remojando, Tita preparó el desayuno de Pedro y se lo llevó a su recámara.
Ya se encontraba bastante restablecido de sus quemaduras. Tita en ningún momento había dejado de aplicarle la corteza del tepezcohuite, y con esto había evitado que a Pedro le quedaran cicatrices. John había aprobado por completo el tratamiento. Él mismo, curiosamente, continuaba desde hacía tiempo los experimentos con esta corteza que su abuela «Luz del amanecer» había iniciado. Pero esperaba a Tita ansiosamente. Aparte de las deliciosas comidas que ésta le llevaba a diario, otro aspecto relevante influyó en su asombroso restablecimiento: las pláticas que tenía con ella después de tomar sus alimentos.
Pero esta mañana Tita no tenía tiempo para dedicarle, quería preparar la comida para John lo mejor posible. Pero, estallando en celos, le dijo: — Lo que deberías hacer en vez de invitarlo a comer, es decirle de una vez por todas que no te vas a casar con él, porque estás esperando un hijo mío.
— No puedo decirle eso, Pedro.
— ¿Qué? ¿Tienes miedo de lastimar al doctorcito? — No es que tenga miedo, sino que sería muy injusto tratar a John de esa manera, él se merece todo mi respeto y tengo que esperar al mejor momento para hablarle.
— Si no lo haces tú, lo voy a hacer yo mismo.
— No, no le vas a decir nada; en primera, porque no te lo permito y, en segunda, porque no estoy embarazada.
— ¿Qué? ¿Qué dices? — Lo que confundí con un embarazo fue sólo un desarreglo, pero ya me normalicé.
— Entonces ¿es eso? Ahora entiendo perfectamente lo que te pasa. No quieres hablar con John porque tal vez estás dudando entre quedarte a mi lado o casarte con él ¿verdad? Ahora ya no estás atada a mí, un pobre enfermo.
Tita no entendía esta actitud de Pedro: parecía un niño chiquito emberrinchado. Hablaba como si fuera a estar enfermo por el resto de sus días y no era para tanto, en poco tiempo estaría restablecido por completo. Sin duda el accidente que sufrió le había alterado la mente. Tal vez tenía la cabeza llena del humo que su cuerpo había despedido al quemarse y así como un pan achicharrado altera el olor de toda una casa convirtiéndolo en desagradable, así su cerebro ahumado lanzaba estos negros pensamientos transmutando sus usualmente gratas palabras en insoportables. No era posible que dudara de ella, ni tampoco que tuviera la intención de actuar contrariamente a lo que siempre había sido una característica de su conducta para con los demás: la decencia.
Salió de la recámara muy molesta, y Pedro, antes de que cerrara la puerta, le gritó que no quería que volviera a llevarle la comida, que mandara a Chencha, para que pudiera tener tiempo suficiente de ver a John sin ningún problema. Tita entró enojada a la cocina y se dispuso a desayunar, no lo había hecho antes pues para ella su primer interés era atender a Pedro y después su trabajo diario, y todo ¿para qué? Para que Pedro en lugar de tomárselo en cuenta reaccionara como lo hizo, ofendiéndola con sus palabras y actitudes. Definitivamente Pedro estaba convertido en un monstruo de egoísmo y celos.
Se preparó unos chilaquiles y se sentó a comerlos en la mesa de la cocina. No le gustaba hacerlo sola y últimamente no le había quedado otra, pues Pedro no se podía mover de la cama, Rosaura no quería salir de su recámara y permanecía encerrada a piedra y lodo sin recibir alimentos, y Chencha, después de tener su primer hijo, se había tomado unos días de reposo.
Por tanto, los chilaquiles no le supieron como en otras ocasiones: les faltaba la compañía de alguien. De pronto escuchó unos pasos. La puerta de la cocina se abrió y apareció Rosaura.
Tita se sorprendió al verla. Estaba igual de delgada que cuando era soltera. ¡Con sólo una semana de no comer! Parecía imposible que hubiera perdido 30 kilos en sólo siete días, pero así era. Lo mismo le habla pasado cuando se habían ido a vivir a San Antonio: adelgazó rápidamente, pero no hacia más que regresar al rancho y ¡a engordar! Rosaura entró altivamente y se sentó frente a Tita. La hora de enfrentarse con su hermana había llegado, pero no seria Tita quien iniciara la disputa. Retiró el plato, le dio un sorbo a su café y empezó cuidadosamente a partir en trozos pequeños las orillas de la tortillas que había utilizado para hacer sus chilaquiles.
Acostumbraban a quitarle la orilla a todas las tortillas que comían para echárselas a las gallinas. También desmenuzaban el migajón del bolillo con la misma intención. Rosaura y Tita se miraron fijamente a los ojos y permanecieron en esta actitud hasta que Rosaura abrió la discusión.
— Creo que tenemos pendiente una conversación, ¿no lo crees? — Sí, sí lo creo. Y creo que fue desde que te casaste con mi novio.
— Está bien, si lo quieres, empecemos por ahí. Tú tuviste un novio indebidamente. No te correspondía tenerlo.
— ¿Según quién? ¿Según mamá o según tú? — Según la tradición de la familia, que tú rompiste.
— Y que voy a romper cuantas veces sea necesario, mientras esa maldita tradición no me tome en cuenta. Yo tenla el mismo derecho a casarme que tú, y tú eras la que no tenla derecho a meterse en medio de dos personas que se querían profundamente.
— Pues ni tan profundamente. Ya ves cómo Pedro te cambió por mí a la menor oportunidad.
Yo me casé con él, porque él así lo quiso. Y si tuvieras tantito orgullo lo deberías de haber olvidado para siempre.
— Pues para tu información, se casó contigo sólo por estar cerca de mí. No te quería y tú lo sabias muy bien.
— Mira, mejor ya no hablemos del pasado, a mí no me importan los motivos por los que Pedro se casó conmigo. Se casó y punto. Y yo no voy a permitir que ustedes dos se burlen de mí, ¡óyelo bien! No estoy dispuesta a hacerlo.
— Nadie intenta burlarse de ti, Rosaura, no entiendes nada.
— No, ¡qué va! Entiendo muy bien el papel en el que me dejas, cuando toda la gente del rancho te ve llorando al lado de Pedro y tomándolo amorosamente de la mano. ¿Sabes cuál es? ¡El del hazmerreír! ¡De veras que no tienes perdón de Dios! Y mira, a mí me tiene muy sin cuidado si tú y Pedro se van al infierno por andarse besuqueando por todos los rincones. Es más, de ahora en adelante pueden hacerlo cuantas veces quieran. Mientras nadie se entere, a mí no me importa, porque Pedro va a necesitar hacerlo con la que sea, pues lo que es a mí, no me va a volver a poner una sola mano encima. ¡Yo sí tengo dignidad! Que se busque una cualquiera como tú para sus cochinadas, pero eso sí, en esta casa yo voy a seguir siendo la esposa. Y ante los ojos de los demás también. Porque el día que alguien los vea y me vuelvan a hacer quedar en ridículo, te juro que se van a arrepentir.
Los gritos de Rosaura se confundían con los del llanto apremiante de Esperanza. Desde hacía un rato la niña lloraba, pero había ido subiendo gradualmente el tono de sus sollozos hasta alcanzar niveles insoportables. De seguro ya quería comer. Rosaura se levantó lentamente y dijo: — Voy a darle de comer a mi hija. De hoy en adelante no quiero que tú lo vuelvas a hacer, la podrías manchar de lodo. De ti sólo recibiría malos ejemplos y malos consejos.
— De eso sí puedes estar muy segura. ¡No voy a permitir que a tu hija la envenenes con las ideas de tu enferma cabeza. Ni voy a dejar que le arruines la vida obligándola a seguir una tradición estúpida! — ¿Ah sí? ¿Y cómo vas a impedirlo? De seguro piensas que te voy a dejar estar cerca de ella como hasta ahora, pero fíjate chiquita que no. ¿Cuándo has visto que a las mujeres de la calle se les permita estar junto a las niñas de familias decentes? — ¡No me digas que en serio crees que nuestra familia es decente! — Mi pequeña familia sí lo es. Y para que lo siga siendo te prohíbo acercarte a mi hija, o me voy a ver en la necesidad de correrte de esta casa, que mamá me heredó. ¿Lo entiendes? Rosaura salió de la cocina con la papilla que Tita había preparado para Esperanza y se fue a darle de comer. A Tita no le podía haber hecho nada peor. Sabía lastimarla en lo más profundo.
Esperanza era una de las cosas más importantes de este mundo para ella. ¡Qué dolor sentía! Mientras partía el último pedazo de tortilla que tenía en las manos deseó con toda su alma que a su hermana se la tragara la tierra. Era lo menos que se merecía.
Mientras discutía con Rosaura no había dejado de desmenuzar los trozos de tortillas, por lo que las había dejado partidas en pedazos minúsculos. Tita, con furia, las puso sobre un plato y salió a tirárselas a las gallinas, para luego continuar con la preparación de los frijoles.
Todo el tendero del patio estaba lleno de los relucientes pañales de Esperanza. Eran unos pañales bellísimos. Entre todas se habían pasado tardes enteras bordándole las orillas. El viento los mecía y parecían olas de espuma. Tita desvió su mirada de los pañales. Tenía que olvidarse de la niña, estaba comiendo por primera vez sin ella, si es que quería terminar de preparar la comida. Se metió a la cocina y prosiguió con la elaboración de los frijoles.
Se pone a freír la cebolla picada en manteca. Al dorarse se le agrega ahí mismo el chile ancho molido y sal al gusto.
Ya que sazonó el caldillo, se le incorporan los frijoles junto con la carne y el chicharrón.
Fue inútil tratar de olvidarse de Esperanza. Cuando Tita vació los frijoles en la olla recordó lo mucho que a la niña le gustaba el caldo de frijol. Para dárselo, la sentaba sobre sus piernas, le ponía una gran servilleta en el pecho y se lo daba con una cucharita de plata. Qué alegría sintió el día en que escuchó el sonido de la cuchara al chocar con la punta del primer diente de Esperanza. Ahora le estaban saliendo dos más. Tita ponía mucho cuidado de no lastimárselos cuando le daba de comer. Ojalá que Rosaura hiciera lo mismo. ¡Pero qué iba a saber! Si nunca antes lo había hecho. Ni sabría tampoco prepararle el baño con agua de hojas de lechuga para asegurarle un sueño tranquilo por las noches, ni sabría vestirla ni besarla ni abrazarla ni arrullarla, como ella lo hacía. Tita pensó que tal vez lo mejor sería que dejara el rancho. Pedro la había desilusionado; Rosaura, sin ella en casa, podría rehacer su vida y la niña tendría que acostumbrarse tarde o temprano a los cuidados de su verdadera madre. Si Tita se seguía encariñando cada día más con ella iba a sufrir igual que lo hizo con Roberto. No tenía caso, ésta no era su familia y en cualquier momento se la podrían quitar con la misma facilidad con la que se quita una piedra a los frijoles cuando uno los está limpiando. En cambio, John le ofrecía establecer una nueva familia, que nadie le quitaría. Él era un hombre maravilloso y la quería mucho. No le sería difícil, con el tiempo, enamorarse perdidamente de él. No pudo continuar con sus reflexiones pues las gallinas empezaron a hacer gran alharaca en el patio. Parecía que habían enloquecido o tenían complejo de gallo de pelea. Se daban de picotazos unas a las otras, tratando de arrebatarse los últimos trozos de tortilla que quedaban sobre el suelo. Brincaban y volaban desordenadamente por todos lados, agrediéndose con violencia. Entre todas ellas había una, la más furiosa, que con el pico le sacaba los ojos a cuanta gallina podía, salpicando de sangre los blancos pañales de Esperanza. Tita, asustadísima, trató de parar la riña, lanzándoles una cubeta de agua. Lo que logró fue que enfurecieran más y que subieran de tono la pelea. Formaron un círculo, dentro del cual se correteaban unas a otras vertiginosamente. De pronto, las gallinas se vieron atrapadas irremediablemente por la fuerza que ellas mismas generaban en su alocada carrera y ya no pudieron zafarse del remolino de plumas, polvo y sangre que empezó a girar y girar cada vez con más fuerza hasta convertirse en un poderoso tornado que arrasaba con todo lo que encontraba a su paso, empezando por los objetos más cercanos, en este caso, los pañales de Esperanza, que estaban sobre los tendederos del patio. Tita trató de rescatar algunos pañales, pero al ir a tomarlos, se vio arrastrada por la fuerza del poderoso remolino que la levantó varios metros del piso, le dio tres vueltas infernales entre la furia de los picotazos para después lanzarla con ímpetu hasta el extremo opuesto del patio, en donde cayó como costal de papas.
Tita se quedó pecho tierra asustadísima. No quería moverse. Si el remolino la atrapaba nuevamente corría el peligro de que las gallinas le sacaran un ojo. Este vórtice de gallinas fue perforando los terrenos del patio, haciendo un pozo profundo por el que la mayoría de ellas desapareció de este mundo. La tierra se las tragó. De esta pelea sólo sobrevivieron tres gallinas pelonas y tuertas. De los pañales ninguno.
Tita, sacudiéndose el polvo, revisó el patio; ni señas había de las gallinas. Lo que más le preocupaba era la desaparición de los pañales que con tanto amor había bordado. Tendrían que reponerlos rápidamente por unos nuevos. Bueno, pensándolo bien ése ya no era su problema; Rosaura había dicho que no quería que se acercara más a Esperanza, ¿no?..
Entonces, que ella se encargara de solucionar su problema y Tita se encargaría de solucionar el suyo, que por el momento sólo era tener lista la comida para John y la tía Mary.
Entró a la cocina y se dispuso a terminar de preparar los frijoles, pero cuál no seria su sorpresa al ver que a pesar de todas las horas que llevaban en el fuego los frijoles aún no estaban cocidos.
Algo anormal estaba pasando. Tita recordó que Nacha siempre le decía que cuando dos o más personas discutían mientras estaban preparando tamales, éstos quedaban crudos.
Podían pasar días y días sin que se cocieran, pues los tamales estaban enojados. En estos casos era necesario que se les cantara, para que se contentaran y lograran cocerse. Tita supuso que esto mismo les habla pasado a sus frijoles, pues hablan presenciado la pelea con Rosaura. Entonces no le quedó de otra que tratar de modificar su estado de ánimo y cantarles a los frijoles con amor, pues contaba con muy poco tiempo para tener lista la comida de sus invitados.
Para esto, lo más conveniente era buscar en su memoria algún momento de enorme felicidad y revivirlo mientras cantaba. Cerró los ojos y empezó a cantar un vals que decía: «Soy feliz desde que te vi, te entregué mi amor y mi alma perdí...». A su mente acudieron presurosas las imágenes de su primer encuentro con Pedro en el cuarto obscuro. La pasión con que Pedro la había despojado de sus ropas, provocando que bajo su piel la carne se abrasara al entrar en contacto con esas manos incandescentes. La sangre bullía bajo sus venas. El corazón lanzaba borbotones de pasión. Poco a poco el frenesí había ido cediendo y dando paso a una ternura infinita que logró aplacar sus agitadas almas.
Mientras Tita cantaba, el caldo de los frijoles hervía con vehemencia. Los frijoles dejaron que el líquido en que nadaban los penetrara y empezaron a hincharse casi hasta reventar.
Cuando Tita abrió los ojos y sacó un frijol para examinarlo, comprobó que los frijoles ya estaban en su punto exacto. Esto le proporcionaría tiempo suficiente para dedicarlo a su arreglo personal, antes de que llegara la tía Mary. Feliz de la vida dejó la cocina y se dirigió a su recámara, con el propósito de acicalarse. Lo primero que tenla que hacer era lavarse los dientes. La revolcada en el piso que sufrió a causa del aventón que le dio el torbellino de gallinas, se los había dejado llenos de tierra. Tomó una porción del polvo para limpiar la dentadura y se los cepilló vigorosamente.
En la escuela le habían enseñado a preparar estos polvos. Se fabrican poniendo media onza de cremor, media de azúcar y media de hueso de jibia, junto con dos dracmas de lirios de Florencia y sangre de drago; se reducen a polvo todos los ingredientes y se mezclan. La profesora Jovita, fue la encargada de hacerlo. Fue su maestra durante tres años seguidos.
Era una mujer pequeña y menudita. Todos la recordaban, no tanto por los conocimientos que les había transmitido sino porque era todo un personaje. Dicen que a los 18 años habla quedado viuda y con un hijo. Nunca quiso darle un padrastro al niño, así es que, voluntariamente, se pasó la vida en absoluto celibato. Bueno, quién sabe qué tanto estaba convencida de esta resolución y qué tanto le afectó, pues la pobre, con los años, fue perdiendo la razón. Trabajaba día y noche para poner coto a los malos pensamientos. Su frase preferida era «La ociosidad es la madre de todos los vicios». Así que no descansaba ni un segundo al día. Cada vez trabajaba más y dormía menos. Con el tiempo el trabajo dentro de su casa no le fue suficiente como para calmar su espíritu, así es que se salía a la calle a las cinco de la mañana a barrer la banqueta. La suya y la de sus vecinas. Después fue aumentando su circulo de acción a la de las cuatro manzanas que rodeaban su casa y así poco a poco, increscendo, hasta que llegó a barrer todo Piedras Negras antes de irse a la escuela. Algunas veces se le quedaban sobre el pelo motas de basura y los niños se burlaban de eso. Tita, mirándose en el espejo, descubrió que su imagen se asemejaba a la de su maestra. Tal vez sólo era por las plumas que traía enredadas en el pelo a causa del revolcón, pero Tita igual se horrorizó.
De ninguna manera quería convertirse en otra Jovita. Se sacudió las plumas y cepillándose con fuerza se peinó y bajó a recibir a John y a Mary que en ese momento llegaban. Los ladridos del Pulque anunciaron su presencia en el rancho.
Tita los recibió en la sala. La tía Mary era tal y como se la había imaginado: una fina y agradable señora de edad. A pesar de los años que llevaba encima, su arreglo personal era impecable.
Traía un discreto sombrero de flores, en color pastel, que contrastaba con el blanco de su cabellera. Sus guantes hacían juego con el color del pelo, relucían de albor. Para caminar, se apoyaba en un bastón de caoba, con puño de plata en forma de cisne. Su conversación era de lo más amena. La tía quedó encantada con Tita y felicitó ampliamente a su sobrino por su atinada elección, y a Tita por el perfecto inglés que hablaba.
Tita disculpó a su hermana por no estar presente, pues se sentía indispuesta y los invitó a pasar al comedor.
A la tía le encantó el arroz con plátanos fritos y elogió muchísimo el arreglo de frijoles. Al servirse se les pone el queso rallado y se adornan con hojas tiernas de lechuga, rebanadas de aguacate, rabanitos picados, chiles tornachiles y aceitunas.
La tía estaba acostumbrada a otra clase de comida, pero esto no fue un impedimento para que pudiera apreciar lo sabroso que Tita cocinaba.
— Mmmm. Esto está delicioso, Tita.
— Qué suerte tienes Johnny, de ahora en adelante sí vas a comer bien, porque Caty, la verdad, cocina muy mal. Hasta vas a engordar con el matrimonio.
John observó que Tita se turbaba.
— ¿Te pasa algo, Tita? — Sí, pero ahorita no te lo puedo decir, tu tía se va a sentir mal si dejamos de hablar en inglés.
John, hablando en español, le respondió: — No, no te preocupes, está completamente sorda.
— ¿Entonces cómo puede conversar tan bien? — Porque lee los labios, pero sólo en inglés, no te preocupes. Además, cuando come no conoce a nadie, as( que por favor dime qué te pasa. No hemos tenido tiempo para hablar y la boda será dentro de una semana.
— John, creo que es mejor suspenderla.
— ¿Pero por qué? — No me hagas decírtelo ahora.
Tita, tratando de que la tía no notara que estaban discutiendo un tema bastante delicado, le sonrió. La tía hizo lo mismo, se veía de lo más feliz y tranquila comiendo su plato de frijoles. Era cierto, verdaderamente no leía los labios en español. Podía hablar con John sin peligro. John insistió en el mismo tema.
— ¿Ya no me quieres? — No lo sé.
Qué difícil era para Tita seguir hablando después de ver el gesto de dolor que John hizo y que inmediatamente trató de controlar.
— En el tiempo que estuviste fuera tuve relaciones con un hombre del que siempre había estado enamorada y perdí mi virginidad. Por eso ya no puedo casarme contigo.
Después de un largo silencio, John le preguntó: — ¿Estás más enamorada de él que de mí? — No te lo puedo contestar, tampoco lo sé: Cuando tú no estas aquí, pienso que es a él a quien quiero, pero cuando te veo, todo cambia. A tu lado me siento tranquila, segura, en paz..., pero no sé, no sé... Discúlpame por decirte todo esto.
Por las mejillas de Tita se deslizaron dos lágrimas. La tía Mary la tomó de la mano y profundamente. enternecida le dijo en inglés: — Qué bonito es ver a una mujer enamorada que llora de emoción. Yo también lo hice muchas veces cuando estuve a punto de casarme.
John se dio cuenta de que estas palabras podrían provocar que Tita estallara en llanto y que la situación se volviera incontrolable.
Alargó su mano, tomó la de Tita y con una sonrisa en los labios para conformar a la tía le dijo: — Tita, no me importa lo que hiciste, hay acciones en la vida a las que no hay que darles tanta importancia, si éstas no modifican lo esencial. Lo que me dijiste no cambió mi manera de pensar y te repito que me encantaría ser el compañero de toda tu vida, pero quiero que pienses muy bien si ese hombre soy yo o no. Si tu respuesta es afirmativa, celebraremos la boda dentro de unos días. Si no, yo seré el primero en felicitar a Pedro y pedirle que te dé el lugar que te mereces. ' Tita no se asombró al escuchar las palabras de John: eran congruentes con su personalidad. Pero lo que sí le sorprendió fue que él supiera perfectamente que su rival era Pedro. No había contado con su gran intuición.
Para Tita fue imposible continuar en la mesa. Disculpándose, salió un momento al patio y lloró hasta que se calmó.
Enseguida regresó a tiempo de servir el postre. John se levantó para acercarle la silla y la trató con la misma delicadeza y respeto de siempre. Realmente era un hombre admirable.
¡Cómo creció ante sus ojos! ¡Y cómo crecieron las dudas dentro de su cabeza! El sorbete de jazmín que sirvió como postre, le produjo un gran alivio. Al deglutirlo, le refrescaba el cuerpo y le aclaraba la mente. La tía enloqueció con el postre. Nunca se le había ocurrido que los jazmines sirvieran para comerse. Intrigada quiso conocer todos los pormenores para elaborar en su casa un sorbete igual. Tita, con mucha calma, para que la tía le leyera los labios con claridad, le proporcionó la receta.
— Se machaca un ramo de jazmines y se echa en tres cuartillos de agua con media libra de azúcar, mezclándolo bien. Estando bien disuelto el azúcar se cuela la mezcla por un lienzo tupido y después se echa a helar en la sorbetera.
El resto de la tarde la pasaron de maravilla. Cuando John se retiró, le dio a Tita un beso en la mano y le dijo: — No te quiero presionar, sólo quiero asegurarte que a mi lado serás feliz.
— Yo lo sé.
Claro que lo sabía. Y claro que lo iba a considerar cuando tomara su decisión, la definitiva, la que determinaría todo su futuro.