Canéfora de pesadilla
De una puerta negra con enormes desconchones en la madera y entre un incienso verde y húmedo, surge la figura espantosa cubierta de andrajos y con ojos amarillentos por la bilis... En el fondo hay un patio antiguo... patio en donde quizá los eunucos durmieran a la luz de la luna, patio empedrado de musgo, con sombras árabes en las paredes, y un gran aljibe miedoso y profundo... En sus carcomidas balaustradas se apoyan macetas marchitas de geranios, y en sus columnas renegridas se abrazan enredaderas tísicas... Más allá un muladar y en una de sus paredes un Cristo espantoso con falda de bailarina, adornado de flores de trapo... Un mareo ahogadizo de moscas y mil avispas zumbando amenazadoras. En el cielo muy azul, fuego de sol..., y de aquí surgió.
No sé si mis ojos la miraron bien, o no la miraron, porque lo espantoso produce en nosotros confusión de ideas.
Era un misterio repugnante la figura horrible que salía tambaleándose de la casa.
No había nadie en la calle melancólica y reposada en su muerte.
La figura monstruosa no se movía de la puerta. Poseía en su actitud, la fría interrogación de un friso egipcio.
Tenía un vientre muy abultado como de eterno embarazo, sus brazos caídos sostenían unas manos viscosas y formidables de fealdad. En la cadera llevaba un cántaro desmochado, y sus cabellos canosos y fuertes, rodeaban aquella cara con un agujero por nariz. Sobre sus pómulos una pupa amarillenta mostraba toda su maloliente carroña, y un ojo horrible derramaba lágrimas sobre ella, que la figura atroz limpiaba con su manaza... Salía de aquella casa de vicios espantosos y lujurias extremas.
Estaba envuelta en un hábito de impudor y bajeza de una degeneración sexual. Podía ser animal raro o hermafrodita satánico. Carne sin alma o medusa dantesca. Ensueño de Goya o visión de San Juan. Amada por Valdés Leal, o martirio para Jan Weenix... Era una carne verdosa y de muerte. Tose repetidas veces... y se cree oler a azufre..., bajo el peso de los espíritus del mal... La figura inquietante echó a andar.
Llevaba unas zapatillas a medio meter que marcaban el ritmo lúgubremente; unas gargantillas de coral mugriento y una bolsa colgada al cuello, que sería algún amuleto infernal.
Dentro de la casa se oía reír y entre palmas sensuales y ayes dolorosos, una voz aguardentosa cantaba obscenidades.
El monstruo andaba como un lagarto en pie y con una mueca dura no se sabe si era risa o dolor de vivir... Otra vez tosió como si un perro aullase en un sótano, y siguió andando despidiendo olor de alhucema podrida y de tabaco.
Es horrible este bicho con enaguas y con senos flácidos... Es la que en la casa eternamente maldice y asusta a las buenas comadres. Es la que si pudiera nos besaría a todos para infestarnos de su mal. Es la eunuca de un harem de podredumbre. Si fuera hermosa sería Lucrecia, como es horrible es Belcebú. Si pudiera escoger amante, amaría a Neptuno o Atila..., y si pudiera llevar a cabo sus maldiciones sería como Hatto, el feroz obispo de Andernach . . .
Estas mujeres, espantosas de pesadilla, se pasean algunas veces por el Albaizín. Ellas son las brujas que enredan en sus tramas cabalísticas a las pasionales muchachas de ojos negros. Ellas son las que preparan bebedizos hechos con víboras, con canela y con huesos de niños machacados al plenilunio. Ellas poseen en canuteros los espíritus del bien y del mal..., y por ellas las madres ignorantes y supersticiosas cuelgan a sus críos cuernos dorados y estampas benditas para librarlos del mal de ojo...
Pero esta pesadilla... ¡Qué gesto tan frío y tan inquietante el suyo al cruzar la calle llena de sol y olor de rosal! ¡Hetaira quitasueños!... Con el cántaro en la cadera y las manos por el suelo en las calles del Albaizín . . .